de Cristiano Gabrielli
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«La violencia se aplica siempre a quien es portador de interioridad. (…)
Su vida equivale a la de un no-muerto.
Están demasiado vivos para morir y demasiado muertos para vivir».
Byung-Chul Han
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Durante este últimos dos años he participado en el debate sobre el estado del arte y la situación de los artistas con respecto a lo que se ha llamado la emergencia COVID 19, en varios contextos nacionales e internacionales.
Por un lado, he aprendido mucho, he tenido reuniones absolutamente formativas y he comprobado que existen sea los intérpretes que la posibilidad para un cambio de paradigma.
Existen conciencias despiertas, artistas conscientes de que no se tratò de una emergencia sino de una crisis estructural que se siente en la sociedad desde hace décadas, movimientos que están buscando y proponiendo, a veces imponiendo respuestas al poder a través de la acción.
Son las personas que hacen que la lucha y el trabajo diario tengan aún más sentido, más fuercia, más significado.
Sin embargo en muchas ocasiones he medido por desgracia una ausencia de urgencia con respecto a ciertos temas, una saciedad connivente y una mentalidad corporativista que se manifiesta también en un encaprichamiento por el lenguaje y atención obsesiva por la semántica que tienen como resultado la sobreabundancia y bulimia en el uso de algunas palabras clave.
Estas se convierten para algunos en el equivalente de las palabras mágicas o de las jaculatorias: parece que en vez que actuar consecuentemente es suficiente pronunciarlas o escribirlas repetidamente para resolver los problemas o caracterizarse como revolucionarios peludos y puntuales.
Más a menudo he comprobado que se pronuncian para decorar y rellenar un vacío neumático que necesitaría desaparecer, substituido por un espacio social y político actuado e interpretado a través de actitudes, prácticas y posturas éticas más valientes y realmente intransigentes respecto al sistema y al poder.
En cambio, en la democracia social de los artistas, florecen los diálogos, los proclamas y las asambleas sobre el botón falso, las propuestas win-win del anti-poder al poder, las pamplinas de pamfleto, los nuevos intérpretes, los líderes, las mesas redondas y cuadradas, los moderadores y los modeladores de los deseos de la base de situaciones que pero nacen y se definen horizontales.

Las acciones son claramente consecuentes.
En mi opinión, así es como se mantienen los problemas e incluso se prolongan.
No son problemas nuevos.
Aún están sin resolver.
La urgencia y la puntualidad con la que se actúa y se relaciona “lo artistico” con la realidad, entregando a huevo el huevo y al mismo tiempo los huevos, algunas veces más que suspechosa es palautinamente instrumental.
Algunos entonces han especulado sobre sus propias propuestas creativas y una vez más sobre sus propias carreras y por cierto ahora siguen jugando con acciones cìnicas y palabrerias.
Incluso declarando a toda madre que están dispuestos a cambiar el sistema o a proponer uno alternativo, como ya ha sucedido mil veces desde finales de los ’80, en cierto sentido lo han fortalecido.
Lo han echo continuando a trabajar y a desarollar su trabajo intelectual dentro de su filter bubble cognitivo y productivo o creando unas nuevas màs utiles, sin efectuar ese cambio de paradigma declarado y necesario para inaugurar una estación diferente.
Al parecer, ahora como en otras épocas, las pierlas de sabiduría aún más de moda son la romantización y aceptación de la condición precaria del artista, el sufrimiento necesario a la condición creativa y la certidumbre que eso es el mercado bebè.
Me da un asco y una hueva sin fin escuchar continuamente, por parte de los más cínicos y bien alimentados respaldados por los más imbeciles y necios, estas llamadas a adaptarse de manera resiliente y a ser orgullosamente precarios, orgullosamiente pobres, orgullosamente productivos gracias a/a pesar de las dificultades.
Estoy convencido de que, para usar metáforas adaptadas a tiempos de pandemia, también el artista sufre en muchos casos por ciertas comorbilidades que lo hacen tanto víctima predestinada que vector de un contagio.
La más evidente es un papel reclamado y anunciado en las proclamas, en las narraciones y en los carteles pero pocas veces vivido responsablemente y coherentemente: un rol sin resolver.
Otra muy perniciosa es la sumisión y la adhesión necesaria, y en el fondo muy deseada, al chantaje de ese mismo sistema que consagra su precariedad e irrelevancia.
Una absolutamente mortal es la costumbre y la praxis de perseguir cómodamente la realidad que engendra la incapacidad absoluta de anticiparla y cambiarla, muchas veces la decisión consciente y cuotidiana de no hacerlo.
También es por la persistencia de estas enfermedades, que es bastante desconcertante pero al mismo tiempo esclarecedor relacionar una vez más con los artistas, que la emergencia continúa.
La emergencia se ha vuelto el pan de cada día, la precaria condición de los trabajadores del campo cognitivo, la verdadera y eterna pandemia que agrupa a todos aquellos individuos que sin ser propietarios de los medios de producción utilizan gran parte de sus capacidades subjetivas, emocionales y creativas en sus trabajos.
Son los mismos que hoy, en un año que se ha caracterizado por una ulterior implementación de la producción y de la virtualización de la experiencia creativa que ha reforzado la autoexplotación y las dinámicas conexas, son los más afectados por los cambios profundos en los modos de producción y consumo de las subjetividades.
Duele mucho constatar que no siempre son los más conscientes.
A muchos todavía se les escapa que cuando las cosas, los cuerpos, los signos, la cultura, la educación, el arte comienzan a formar parte del modelo semiótico de la economía como mercancía burda y ubicua, la riqueza y el bienestar de la colectividad sólo pueden realizarse de manera indirecta, reflejada y subrepticia.
La riqueza y el bienestar en estas condiciones ya no son el disfrute temporal de cosas, cuerpos, signos, cultura, educación, arte, ocasiones, sino producción acelerada de carencia y de ansiedad, de competencia nefasta, de énfasis sobre el rendimiento y la prestitución, de irrelevancia, de gratuitad o de remate del trabajo artístico.
Se trata una vez más de auto explotación.
Si antes la relación entre arte y sociedad se planteaba en la participación y en el intento de realizarla sea como sea y a toda costa, ahora el problema de la participación se ha disuelto en la díada presencia/identidad a tráves de la producción universal de signos y significados.
En la esfera del capitalismo semiológico los artistas están aún más directamente implicados en el proceso de producción y participan de sus perversas dinámicas.
Como productores de prototipos simbólicos, mercancías culturales transformadas en objetos de producción y consumo de masa, están sometidos o se submiten a condiciones precarias de trabajo y de salario.
Por un lado, son explotados por la industria del infotainment y por otro contribuyen con entusiasmo a su propia explotación.
La situación actual se caracteriza además: por la agresión financiera y política contra las escuelas estatales, la salud pública, los museos y la vida cultural pública, por la transformación de las escuelas privadas y de los espacios independientes en centros de producción y volantes de los mismos modismos culturales definidos en el mismo consumo que infectó los espacios institucionales y ortodoxos.
El efecto del despilfarro de los recursos, de las inversiones idiotas y funcionales al mantenimiento de los estatus, de los recortes y de la apropiación financiera actúan en sinergia, incluso incluyendo amablemente dentro del sistema las formas de guerrilla semiológica y los lenguajes disidentes o (auto)definidos como anti hegemónicos, transformandolos en posibles nuevos nichos de mercado, traicionandolos en nuevos lenguajes de masa, en inútiles e hipócritas luchas desde el interior.
El objetivo es aumentar la ignorancia, la brutalidad, la polarización, las brechas sociales y la insensibilidad impidiendo cualquier forma de rescate.
Uno de los medios es crear al artista, al creativo, al trabajador como sujeto de prestación ideal: un sujeto que se fuerza por sí mismo, caracterizado por una autorreferencialidad narcisista que le haga perder cada vez más la relación consigo mismo, con la ética, con el exterior, con el objeto de su actuar, con el mundo.
Se aplica para perseguir este objetivo una violencia de la positividad que se expresa como agotamiento obtenido a través de la inclusión tolerante que es característica de la sociedad de la prestación.
Inclusión peligrosa, ambigua y falsa: son las minorías las que son toleradas por una mayoría dominante que aspira a normalizarlas y a colonizarlas y las dirige hacia nichos más o menos amplios de mercado y de consumo.
La alteridad se vuelve diferencia consumible, el extraño se positiviza convirtiéndose en el Otro exótico.
Así, de manera positiva, se sanciona la imposibilidad del estado de excepción ya que todo es absorbido por la inmanencia de lo igual: es el dominio del igual a, el fascismo del deseo expandido e idéntico, el poder y el infierno del Mismo.
Es una violencia sistémica de la positividad que falta totalmente de la negatividad del obstáculo, del rechazo, del fracaso, de la prohibición, de la resistencia, de lo divergente: se manifiesta como exceso, masificación, sobrecarga, exorbitancia y agotamiento, superproducción, acumulación, exceso de comunicación e información, obviedad endémica.
Debido a su positividad ni siquiera se percibe como violencia, pero más a menudo se contrabandea como mecanismo de inclusión y ocasion de empoderamiento: a la violencia se llega a través del exceso, no sólo por la negatividad de no poder hacer nada o de no poder hacer nada diferente de lo que se concede o se fomenta, sino también por la positividad de poder hacer cualquier cosa.
La víctima es a la vez cómplice del sistema, no se distingue del verdugo que se ocupa del funcionamiento sin problemas del sistema.
Este espacio de poder del poder y de la posibilidad expandida de ejercerlo se expresa en una gloria sin reino saturada de signos, símbolos e identificadores, a través de la cual se comunica el comunicable según la fórmula vacía de la comunicación en cuanto diversión, espectáculo fin a sí mismo y representación auto significante de la voluntad de (im)potencia.
El cuerpo, la obra, el rostro híper expuesto, desprovisto de cualquier aura de la mirada se aplana convirtiéndose en face.
La face es la cara hecha ontológicamente, geométricamente plana.
Es la forma comercial absoluta híper expuesta y multiplicada: el exceso de exposición hace de todo, entonces más aún del arte ubicuo y del artista partecipante, una mercancía obvia híper visible destinada a una devoción rápida e inmediata.
Lo más visible de lo visible es la obscenidad, el total desmantelamiento de los límites y de los umbrales.
La comunicación que se produce a través de la pérdida de la ilusión escénica del deseo en beneficio de una mera exhibición cuantitativa e híper categorizada es pornografía.
Las ideas creativas, los talentos, los visuales, la cooltura, la imagen, el lenguaje, la acción y el pensamiento colectivizados, blogueados, etiquetados, transformados en spam y target, los cuerpos mistificados, los señuelos y los piensos subrepticios con respecto a la nutrición cultural, representan la versión capitalista-pornográfica de las hostias y de los himnos litúrgicos.
Estos indicadores e himnos capitalistas producen gloria: es el tantum e(r)go, la fanfarria, la bella apariencia vacía, la piel, el packaging del dominio.
La aclamación tributada a los heraldos del reino del capital por otros esclavos que a su vez se hacen facilitadores y difusores de la domesticación no es más que himno al consumo y fomento del espejismo colectivo.
Las estrellas temporales y glocalizadas, ya sean ciudadanas, de barrio o de rellano, son los ángeles y profetas precarizados, los Eloi, los siervos tontos y felices de nuestro tiempo.
Persiguen y viven la alucinación colectiva de ser parte del triunfo, del éxito y del dominio, se identifican con los modelos heráldicos, estrellas capitalistas triunfantes, permanentes y mundiales, que representan el 0,1% del total.
El mercado del arte y de la cultura es hipertrófico, un bulto podrido lleno de dinero, pero al mismo tiempo el mundo vivo de los artistas es cada vez más empobrecido, hambriento y precario.
Al igual que el experto, también el artista precario es oximoronico: sumiso y transgresivo, se moviliza en períodos de crisis.
Mientras que el primero sólo intenta tranquilizar confiriendo a lo injustificable y escandaloso todos los caracteres de la necesidad y de la racionalidad, el segundo además es llamado o peor se auto convoca a la cabecera de las víctimas.
Ya sea que se solicite para entretener o para estimular el pensamiento, que se trate de convertirlo en el asistente social de la vida colectiva o que todavía se proponga de buen grado como clown o enfermera del compromiso en la mayoría de los casos el resultado no cambia: adhesión al sistema.
¿Los honorarios por este acto de presencia-participación?
La publicidad automática que se puede obtener, la investidura como intérprete adherente, a la moda y sensible de las partituras solicitadas y heterodirectas, las propinas más o menos laudas ofrecidas por el sistema.
En la mayoría de los casos, es suficiente la promesa, el embaucamiento.
El artista, con estas prácticas, limita la puesta en discusión de los sistemas en la esfera de las emociones y de la semántica, anestesia, desvía la atención, no se asume la responsabilidad de cometer ningún crimen, excepto los calculados, flojos y cínicos que le pueden hacer ganar a travès del protagonismo, la atención.
El capitalismo semiológico se firma como capitalismo de artista.
Cuanto más se infiltra y se va a embutir el arte en la economía, más pierde su valor intelectual y cultural.
La dimensión estética generalizada y generalista nunca se califica: es una simple actividad entre muchas, un accesorio útil para animar, entretener, decorar, subvertir pero permaneciendo en los parámetros indicados en las instrucciones explícitas o implícitas de las distintas y varias instituciones del arte subvencionado/finaciable.
Son ejercicios mínimos sobre los tabúes más conocidos, las sugerencias más obvias y cursi, las apropiaciones más funcionales y descaradas, la reiteración y estilización de gestos, actos, sujetos y objetos retóricos: una producción de conocimientos y conciencias conforme a la ideología que trabaja una vez más para reforzar la precariedad al interior del sistema.
La precariedad es la condición del trabajo en la esfera de la producción de valor en red y globalizada, pero es también la percepción predominante del futuro cuando el proceso general de disuasión y gentrificación destruye las viejas formas de pertenencia.
«Los artistas son trabajadores cognitivos cuya actividad está sujeta a las reglas de la explotación de mercado, pero al mismo tiempo expresan formalmente un rechazo permanente de la regla capitalista, puesto que su trabajo es creación de significado, mientras que el capitalismo semiológico provoca una separación de la producción semiótica respecto al significado y al mismo tiempo la sobrecarga de información provoca una supresión del significado.
El capitalismo semiótico es el modo de producción en el que la acumulación de capital se hace esencialmente a través de una producción y una acumulación de signos» 1: bienes inmateriales, intangibles que actúan sobre la mente colectiva, la atención, la imaginación y la psique social.
Esta modalidad y la constante explotación de las energías nerviosas que implica representan la verdadera epidemia que está afectando la mente y el cuerpo de la sociedad.
Esto tiene dos consecuencias importantes: que las leyes de la economía terminan por influir en el equilibrio afectivo y psíquico de la sociedad y que el equilibrio psíquico y afectivo que se difunde en la sociedad termina por actuar a su vez sobre la economía.
La competencia y la precariedad están provocando una ola de sufrimiento y disociación, poniendo en peligro muchas de las premisas de la solidaridad social: la aceleración de los ritmos de la mente y el estrés de la atención, el bournout y la autoexplotación están erosionando la sutil película de sensibilidad y empatía.
Los efectos de la competencia, de la aceleración continua de los ritmos productivos, repercuten en la mente colectiva, provocando una excitación patológica, una psicopatía que se manifiesta como esquizofrenia y sentido de omnipotencia, como exaltación egótica o pánico y depresión.
Estas se están convirtiendo en características permanentes de las sociedades de alto desarrollo, además el culto a la competencia que ha convertido a los adversarios en competidores produce un sentimiento de agresividad generalizada a veces orgullosamiente expuesta, en otras ocasionen sabiamente disfrazada según los patrones pasivos más cínicos y pragmáticos.
El mundo se agarra a cualquier tipo de visibilidad que se confunde con la identidad: identidad egoísta y egótica, identidad nacional, identidad religiosa, identidad étnica, identidad populista (política/anti política/antagonista), identidad de género, identidad cultural…vieja basura ancién regime actualizada a través del pragmamorfismo y la cosificación, que está alimentando los cultos y modismos neoliberales de la competición y del rendimiento.
Es el fascismo blando precarizador que aspira al dominio y puntualmente lo realiza prometiendolo y permitiendolo a los demás.
Los artistas son los que tendrìan que ser capaces de aplicar a diario la posibilidad de trabajo divergente en el borde.
Respecto a los que eligen de vivir gozosamente o sin preguntarse demasiado en la alucinación colectiva, tendrían que ser los no identificables, las personas que escapan a la identificación, a la etiqueta, a la moda, al lenguaje y al tema de tendencia, al topic trend, a la etiqueta.
En muchos lugares libres del mundo se estàn efectivamente creando TAZ, pequeños espacios de comunicación lenta, espacios de abandono de la guerra económica diaria, espacios para el ocio y el placer sensual del quehacer consciente y para la reorganización de las condiciones mentales, espacios para la solidaridad.
La imaginación del futuro es para estos artistas la distancia de toda retórica, del discurso hipócrita del poder basado en conceptos falsos como: carrera, éxito, austeridad, normalidad, reanudación, crecimiento, relacionalidad, pertenencia,
Su arte se materializa, se califica y se reconoce para ser anti (an)estética.
Esperanza, desarrollo, crecimiento y normalidad, la nueva como así como la de antes, son trampas, drogas.
La promesa moderna ha sido alterada debido a la identificación de la misma modernidad con el dogma capitalista, la seducción contemporánea se ha materializado en la extensión de este dogma de dominio, en la ilusión de su realización à la carte, en su propagación y restauración continúa, en su eternidad subreticia como único sistema posible.
El capitalismo impulsa la actividad expresiva hacia una aceleración continua: aumentar la productividad y el consumo para aumentar los beneficios.
Autonomía significa entonces, hoy màs que antes, salir del chanteaje, fomentar la capacidad creadora de la sociedad y de los artistas de realizar formas de anti-producción independientes del dominio del capital.
Los movimientos son eficaces cuando no se limitan a protestar, a oponerse, a imponer codigos y estéticas.
Tienen que ser antagonistas más que en las etiquetas logrando construir espacios libres y sobre todo haciendo circular formas de pensamiento y de acción/no acción ética sin compromisos: posiciones y obras que arrebaten la vida cotidiana al modo del beneficio tardo capitalista.
El problema es que hoy es mucho más difícil crear una autonomía del trabajo artístico en cuanto la precariedad obliga aparentemente los trabajadores a depender del despotismo y a adherir asertivamente y proactivamente al fascismo del capital para poder sobrevivir.
Sobre este punto es necesario afinar los temas organizativos y la operatividad, decir palabras claras y materializar acciones consecuentes para crear formas de vida otras que puedan escapar desde el chantaje aparentemente irresoluble e inevitable del precariado.
Hay una unica manera de contrarrestar los efectos de la precariedad, liberarse del miedo y la sumisión: salir del sistema, crear espacios de autonomía e independencia real.
El sistema ofrece sus exigencias de flexibilidad vendidas como ocasiones de empoderamiento o de sobrevivencia: crear espacios autónomos, disociarse del consumo y de la producción entendida como prestación nos sustrae a su dominio.
La sumisión asalariada de la afectividad y de lo existencial, el deseo puesto a trabajar, las granjas de una imaginación sin poder, la extensión de la adolescencia, la exposición de la mente infantil y de la infantilizada a un flujo continuo, masivo y mecánico de información, de formación, de moldeo psico-físico-neurocognitivo: son procesos de un poder que se esconde como tal y se presenta como sistema, como pueblo, como sociedad, entonces se difraza y se propone como arte
Estos fenómenos transforman la consistencia antropológica profunda del campo social, el lenguaje, la relación entre lenguaje y afectividad, la capacidad de abrirse a lo social y a la misma solidaridad social.
La cuestión de la lucha es ante todo un problema de sensibilidad, entonces es un problema que se tiene que enfrentar y resolver artistícamente.
Nos proponen como inevitable contrato social normas y costumbres a través de las cuales el poder califica, mide, aprecia, jerarquiza, operando distribuciones alrededor de la norma, presentándose como normalidad extensiva de una sociedad normalizadora.
Es el efecto histórico de una tecnología de poder centrada en la paradoja de la vida muerta de los muertos vivos, un poder que descubre a la población y la usa como sicario y como mártir, como ejecutor ideal y como blanco.
El sujeto de prestación parece libre, y de hecho en cierto sentido lo es: no es el deber, sino el poder hacer a definir su condición psíquica y pràctica sumisa.
La nueva prisión se llama libertad: libertad lager, un campo extendido adonde el trabajo libera, un lugar de desecho donde uno es a la vez preso y guardiàn.
Precisamente es gracias a la sumisión económica y tecnológica que se produce a través de la prestación y gracias a la producción de falta y de necesidad que el capital se convierte en dominador de nuestro tiempo y transforma la vida en vida esclavizada.
La respuesta anticapitalista sólo puede venir de aquellos que serán capaces de crear formas de (anti)consumo autónomo, modelos mentales de reducción de la necesidad, modelos y espacios para compartir los recursos, las prácticas resistentes y las ideas indispensables, modelos de ocio, de arte y de tiempo liberado.
Como sugiere una vez más Franco Bifo Berardi «serán estos los verdaderos ricos del tiempo que viene, los que a la idea de adquirir riqueza, de acumular pertenencia y de capitalizar el consenso contraponen una idea de riqueza de tiempo y de riqueza de independencia.
Respecto a eso también deberíamos replantear profundamente la noción de deseo.
El deseo no es una fuerza, es el campo donde se desarrolla una densa lucha, un cruce de fuerzas diferentes, conflictivas.
El deseo es el campo psíquico, no neutral y no necesariamente positivo, sobre el cual se oponen continuamente flujos imaginarios, ideológicos, intereses económicos y politicos.
El territorio del deseo es el centro de la historia, porque en este campo se mezclan, se superponen, entran en conflicto las fuerzas decisivas en la formación de la mente colectiva, por lo tanto en él se establece la dirección predominante del proceso social y su naturaleza.
Las diversas corporaciones de la cultura, del entretenimiento y del arte, junto con los poderosos gremios del imageneering se han apoderado del campo del deseo, desencadenando la violencia y la ignorancia, cavando las brechas inmateriales de la tecnología, de la esclavitud, de la brutalidad y del conformismo masivo.
El campo del deseo ha sido colonizado, fascistizado y esclavizado por estas fuerzas»2.
Yo afirmo que es un proceso que se lleva a cabo con la fuerte contribución y la connivencia, consciente o inconsciente, de los trabajadores del arte y de la cultura.
He aquí que liberarse de estas dinámicas, actuar eficazmente a través del trabajo cultural y artístico en el campo de la formación del deseo, quiere decir afirmar la propia diferencia a través de una acción, una praxis, una voluntad que destacan respecto a cualquier patrón y definen al artista en un papel coherente y consciente de la centralidad de este campo del deseo en la dinámica social
Desvelar y desmantelar este utilitarismo recíproco y esta colonización no significa identificar los propios derechos en los deseos coquetos que siguen sustrayendo y dilacionando indefinidamente el ejercicio de los deberes de responsabilidad, de contraposición, de construcción del campo de la diferencia, de disidencia absoluta, de postura ética y política no negociable, de lucha sin cuartél.
No significa ni siquiera disfrazarse a través de actitudes desobedientes, definirse exclusivamente a través de un tipo de lenguaje o de semántica, hartarse de adjetivos anti e ista, aplaudir al derrumbede de los monumentos construyendo en el entonces otros más adaptos, màs conceptuales, más callejeros o virtuales.
Significa huir de todas las momificaciones, destruir la estatuaria tanto del poder que del anti-poder que se hacen ortodoxía, el monumentalismo engreído, pomposo, hinchado de cualquier lenguaje y signo hipostasiado y auto significativo, los fetiches de todas las prácticas ergonómicas, los iconos de la mercancía y de cualquier sistema, desenmascarar los papeles de fachada alucinatorios, cínicos y falsos, renunciar a todas las posiciones consoladoras y autoabsolutorias.
Esto significa, en mi opiniòn, para un artista luchar para salir de una situación precaria.
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Franco Bifo Berardi (1,2) con sus libros y sus Cronicas de la Psicodeflación ha inspirado y acompañado estas reflexiones.